Carta a una madre

Sé que no te has de sorprender al recibir esta misiva, pensarás que es más de lo mismo, pero esta no es una más de mis escritos, de aquellos a los cuales le merecen- no sé si con justicia o no- tu rechazo. Me atrevo a escribirte porque resulta casi imposible entablar una conversación contigo sin lograr enfadarte. Además, la última vez que conversamos no pude- ni acaso empezar- a explicarte algo de lo que aquí trataré de aclarar.

Resulta curioso, ¿puede uno estimar profundamente algo y no ser en ningún sentido nada afín ha aquello que admira? Yo creo que sí. Yo siendo tan diferente a ti no encuentro ser tan digno de admiración que tú. Sé que esto te puede parecer una afrenta al Dios que tanto admiras, y aun mas, creerás que no soy sincero al escribirte esto. No pretendo convencerte de nada, allá tú si me crees, pero si quisiera que al leer esta carta puedas entender- si acaso yo mismo lo llego hacer- que gran parte de lo que soy, te lo debo a ti. No tengo miedo al afirmar esto, pues a pesar de ese aparente antagonismo tan exacerbado admito que gran parte de mis pensamientos, de mis actitudes e incluso de mis emociones son y serán el resultado de la formación que desde niño me diste aunque con matices distintos.

Sí, lo sé, sé que estás pensando que en esto cito implícitamente a Freud, a Nietzsche e incluso llego a emular a Kafka, en el titulo, en la forma y el tenor de esta carta, pero no es así. He sido tan feliz con estos autores que difícilmente intentaría imitarlos en algo por respeto a mí y a ellos; además con ninguno de ellos he aprendido tanto del mundo como contigo. Varias veces cuando por algún motivo te disgustabas conmigo por cualquier asunto domestico no podía evitar darte mi opinión. ¿Qué querías, acaso que me quedara callado? Quizás hubiera sido lo mejor, pero lo siento, tú no formaste un pelele, un miedoso, tal vez no tenia ningún argumento sólido para contradecirte en aquellos momentos, pero si tan solo hubieras puesto atención a la pasión de mi defensa, al énfasis de mis protestas- aunque la mayoría de ellas infundadas- por lo menos hubieras apreciado mi empeño, pero generalmente ni eso podía conseguir.

Hace poco en otra discusión que tuvimos me di cuenta de la gravedad de esta incomprensión entre ambos. Recuerdas cuando te dije que a veces creía que no tenía sentimientos y tú me dijiste que eso era inconcebible para alguien que escribe y que sobre todo hace poesía.  Yo te respondí que una cosa no tenía en absoluto nada que ver con la otra. Entonces por qué escribes me volviste a preguntar. No supe responder, no porque no tenia nada que decir sino que me di cuenta que ni tú, ni tú que eres mi madre ha podido entender porque lo hago.

Creí que lo habías entendido en un escrito que adrede te alcancé. Allí si te has de acordar decía que no pretendo ni me interesa ser escritor porque ni es lo mejor que hago, ni es algo por lo que quisiera ser recordado, en todo caso esta labor –escribir- arrojaría mi imagen más rápido al olvido. Tú siempre me enseñaste que las cosas se hacen bien o no se hacen y te hago caso- en parte- porque, aunque escribir es algo a lo que no me pienso dedicar, tengo interiormente una predisposición para hacerlo. No lo considero una virtud ni aún lo contrario- aunque por momentos me parezca como una maldición- he podido encontrar un medio para expresar y hacer lo que normalmente no hago con gestos. Si las personas suelen reír ante sus alegrías, llorar ante sus desgracias porque yo no podría hacer lo mismo, pero en un papel. Es por eso por una necesidad que lo hago y nada más. He allí otra cuestión por la cual también discutimos. Tú dices que mil palabras no compiten con una sola acción y es verdad, pero que quieres así soy. Tal vez mis escritos hacen mejor lo que yo no se hacer con  mis actitudes.

Nada es para mí tan detestable que esta condición que vivo: lo que llega a ser en algún momento mi gran fuerza puede convertirse en otras circunstancias en mi más grande debilidad. Desde ya hace un tiempo he dedicado gran parte de mi tiempo a leer y aunque no me arrepiento de hacerlo no imaginé que al dedicarme a cultivar esta práctica podría ganar tanto como perder en igual medida. No estoy reclamando nada porque aunque también fue gracias a ti que llegue a la lectura, lejos de reprocharlo te lo agradezco porque he aprendido que mi vida no seria nada -ni en lo bueno ni en lo malo- sin ella.

En muchas ocasiones me has reprochado ser tan despistado, a veces sin perder nunca el mal humor me dices que si no tuviera pegado el culo al final de mi espalda, entonces ya lo habría perdido y nuevamente coincido contigo. Esa inatención, esa cuasi estupidez absolutamente voluntaria la reconozco, no con orgullo, mucho menos con humildad sino como una verdad irrefutable con la cual tengo que aprender a vivir. Te preguntas porque ocurre esto y también te lo he de recordar que ya lo hice, aunque no lo quieras entender y yo tampoco aceptar. Soy despistado porque me ensimismo tanto que pierdo conexión con lo que me rodea. A veces estoy en cuerpo presente en un lugar, pero mi mente no. Muchas veces cuando salía rumbo a la universidad u otro lugar siempre acompañado de algún libro me abstraía tanto del mundo que me pasaba del paradero donde debía bajar. En otras ocasiones caminando por las calles, ignorando los peligros a los cuales me enfrentaba cruzaba pistas, tomaba carros o caminaba en aceras donde los huecos abundaban más que el piso llegando en no pocas ocasiones a caerme provocando las risas de los despiadados peatones.

A razón de esto llegaste en algún momento a prohibirme leer y nunca- como te consta- nada fue para mi motivo de tanta animadversión. Fue una guerra silenciosa, un hostigamiento mutuo al cual ninguno de los dos quiso ceder. Fue por esa razón que me atreví a formar parte de un grupo cultural dedicado a fomentar la lectura, pero no tanto por el solo hecho de contradecirte, sino porque nada es tan importante para mí que el mundo cultural y por eso lo hice. Me dijiste que hacer algo así en un país donde casi nadie lee es por si mismo una locura. No contenta con eso sostenías y aun sostienes que ir contra lo inexorable por obra y gracia de un ideal es un gesto encantador, hermoso y digno de tanta admiración como de lastima. Permíteme aquí desdecirte o en todo caso aclarar. Yo no hago esto por un genuino amor a lo social, tampoco por darle forma a un ideal porque no soy tan necio para eso, menos espero de esto algún reconocimiento con ello, lo hago porque me inspira y nace hacerlo porque muy dentro de mí no permito condenarme a la inacción por las circunstancias así me sean favorables o no. Yo también coincido contigo en que en nuestro querido país nada o muy poco va cambiar, pero eso que tiene que ver con hacer algo. El trabajo que realizo junto con otros descabellados amigos obedece más al espíritu individual que a nuestra inquietud social porque –y esto lo enfatizo de forma muy personal- si mi espíritu me hubiese pedido hacer algo nocivo a la sociedad con igual empeño y entusiasmo lo haría. Tu me inculcaste esta actividad lectora y yo la aprendí y si con esto he de llegar al extremo perjudicándome en algo gustoso lo haré porque es mi pasión y no he de renunciar así se oponga toda una nación.

Tal vez aquí nuevamente me reclames también la poca o ninguna humildad que suelo tener y no me canso de darte la razón. La humildad es una virtud muy practicada por ti, es lo que mas quiero y respeto en tu persona, pero es tan inaccesible a mí como lo es la deslealtad en un perro. Aquella es patrimonio de unos cuantos, es una inclinación a reconocerse limitado, no inferior que es distinto, es en aquella aceptación donde reside lo sublime del ser, de aquellos a los que yo he de llamar los verdaderos humanos haciendo la distinción con persona. Tú eres verdaderamente humana, yo a lo mucho llego a persona y eso. Tal vez pienses que aquí hay una especie de poca estima hacia mi persona y no es así, es quizás lo contrario me tengo a tanto que difícilmente podría encontrar y diferenciar el espacio entre lo que soy y lo que creo de mí.

Como te lo decía casi al principio de esta misiva mucho de lo que soy te lo debo a ti, lo que no implicaba que necesariamente tenga que ser un reflejo tuyo. No he sabido coger de ti lo que debí, pero siendo como soy estoy feliz. Nunca dejaré de estar agradecido por lo que has hecho y haces por mí brindándome una educación y un cariño que sólo tú eres capaz de dar aunque quizás no me lo haya merecido. Aquí si acepto una des valoración, no estoy a la altura de ti y así consiga todos los objetivos que tengo para mí no podría ni material ni espiritualmente equiparar a lo ofrecido por ti. Ni en esta vida ni en la otra- si es que la hay- estaré siempre en deuda contigo.

Por: E.S.N.

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