UN FELIZ REENCUENTRO CON LA BIBLIA

Por Rolando Donayre 

La Biblia y los peruanos tenemos una historia de desencuentro. Despreciada, inútil para la vida, extraña, sin sentido, este maravilloso libro está olvidado en nuestras repisas, con las hojas pegadas y empolvándose con el paso del tiempo.

Como castigada por nuestra indiferencia, el GRAN LIBRO se encuentra almacenado para ser presa fácil de las polillas –mundanas e irreverentes– que la perforan como alimento.

Para ser honestos, no hemos sabido valorar la Biblia y darle el lugar central en nuestras agendas. Y nos preciamos en llamarnos cristianos sin haberla leído por completo, siquiera una vez en la vida. En ese sentido, los musulmanes nos ganan por muchos goles de ventaja.

Este divino texto, sea por ignorancia, sea por carecer de maestros que la enseñen, es como una laptop en las manos de un cavernícola.

Hay mucha ignorancia de su contenido y –sin embargo– nos brinda el secreto que las naciones buscan para convertirse en países prósperos, como los europeos, con menos injusticia y corrupción.

La Biblia fue mal presentada a nuestros antepasados. Acostumbrados a los quipus como medio de lectura, los primeros peruanos recibieron la nueva tecnología llamada “libro” que en su interior tenía hojas en vez de extensas cuerdas con nudos.

El historiador José Antonio del Busto hizo una reconstrucción de lo que ocurrió en Cajamarca cuando los españoles capturaron al inca Atahualpa y le presentaron el texto sagrado.

“Uno de los barbudos –vestido con hábitos blanquinegros– se abrió calle entre los guerreros y se aproximó hasta él. Era fray Vicente de Valverde, el dominico que actuaba de capellán en la expedición. El Inca lo vio venir y dejó que se acercara. El fraile llegó entonces hasta ponerse delante suyo y empezó a hablar. Martinillo, que había venido con él, tradujo la conversación. Esta versaba sobre un Dios desconocido, un Pontífice que estaba en Roma y cierto emperador que Atahualpa no conocía. Intrigado, preguntó entonces el Inca que de dónde sacaba tales nombres y el fraile –como que estaba recitando el requerimiento de memoria– se conformó con señalarle el libro que traía en la mano. El Inca lo tomó en las suyas, pero al no hallarlo interesante lo arrojó. El fraile se apresuró a recogerlo y entonces fue que Atahualpa le dijo que volviera donde los barbudos y todos juntos le entregaran lo que habían robado desde la bahía de San Mateo a Cajamarca. Lo dijo con tal ira, que el dominico echó a correr hacia el lugar donde estaba Pizarro, gritándole que atacara porque Atahualpa estaba hecho un Lucifer y listo a masacrar a todos”.

Desde entonces los peruanos vivimos distanciados de la Biblia y ajenos a su mensaje de reconciliación con Dios. Hoy, domingo de Resurrección, celebramos el cumplimiento de las profecías plasmadas tanto en el Antiguo y Nuevo Testamento sobre Jesucristo.

Sin embargo, la gran mayoría desconoce esta sublime información y por ello su fe –como una cuenta bancaria sin fondos- no se enciende, no celebra, y muchos menos le hace comprender el hecho más grandioso en toda la humanidad: que un hombre se levante de la muerte para nunca más morir ¡Increíble!

El cristianismo desafía al mundo, a los ateos, a los escépticos, e incluso a los religiosos tradicionales con esta suprema verdad que debería ser el único fundamento donde afianzar la vida. De esta manera podremos enfrentar con total confianza y paz situaciones tan difíciles como el Covid 19 y la muerte que hoy en día enluta a tantos compatriotas.

Hacemos votos para que los más de 31 millones de peruanos puedan tener una Biblia en sus hogares y elevar su calidad de vida con la lectura de sus páginas.

Ya sea en español, quechua o en las lenguas nativas de nuestros pueblos, los peruanos se merecen un feliz y bendito encuentro con su Divino autor, sin Martinillos ni Valverdes de por medio.

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