MÁS SABE EL DIABLO…

La delincuencia tiene copada muchas zonas de Lima y el Centro no escapa a esta situación. A continuación algo que me sucedió hace dos días.

Viernes, 10 a.m.: Una comisión para llevar a un pasajero a recoger documentos contables me obligó a ir por una céntrica arteria del Cercado de Lima.

El servicio era de ida y vuelta así que tenía que esperar algunos minutos.

Llego al punto destino y le indico a mi cliente que voy a buscar un lugar donde estacionar ya que en la céntrica Av. Emancipación no se puede. Quedamos en coordinar vía celular.

Felizmente a la espalda de donde lo había dejado encontré un lugar con sombra para esperar el retorno de mi cliente.

Freno, apago el motor, salgo y estiro las piernas y brazos. En esos momentos me doy cuenta que estaba en una zona picante y eché un vistazo de punta a punta por toda la cuadra. Subo a mi “Negrito” y le envío un mensaje de mi ubicación al cliente. Salgo del auto para revisar las llantas y veo que una persona se me acerca algo apurada.

Era una señorita que no portaba mascarilla y directo me aborda para preguntarme por una dirección. Yo como chofer antiguo de inmediato empecé a sospechar que podría tratarse de algo turbio por la forma en que hablaba y no utilizar mascarilla.

“Lo siento, señorita”, le respondí. “Ud. está sin mascarilla y no puedo hablarle”. La joven tomó a mal mi reproche a decir por el gesto que hizo. Avanzó tres pasos y miró la placa de mi carro. Se alucinaba policía de Tránsito (¿?)

Luego va donde yo estaba y me grita: Su carro es marca Chevrolet, ¿cierto? Yo ya había decidido no responderle tras mis lunas subidas. En esos momentos levanto la mirada y observo por el retrovisor que una pareja de jóvenes avanzaba.

¡Ajá!, sospeché. Esta chica está tratando de distraerme para un asalto.

Como por instinto encendí mi auto. La chica avanzó y tocó la luna donde yo me encontraba indicándome con un gesto de perdón, que baje la ventana. Yo ni loco iba a aceptar su pedido.

Por mi cabeza pasaron muchas cosas pero todas ellas apuntaban a salir de este apuro. Mis sospechas de un robo eran muy fundadas. De pronto diviso a un par de jóvenes casi al costado mío en momentos que acelero y salgo de la zona con un diestro movimiento de timón.

Los dejo atrás y observo que en efecto, tanto la joven sin mascarilla y los dos muchachos se pusieron a recriminarse. Quizás por el robo fallido.

Me di la vuelta, recojo a mi cliente y al comentarle lo sucedido me responder de manera muy tranquila: “Señor ha tenido suerte, esta zona es muy peligrosa”. Gracias a Dios intuí lo que se me venía y salí del lugar con la clara convicción de no regresar por buen tiempo ni menos estacionar así sea por buscar una sombrita… Sigo en la vía.

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