¡LA REGUÉ!

Esta pandemia ha hecho brotar lo bueno y lo malo de las personas. Aquí la historia.

Martes (10 p.m.). Iba manejando tranquilo por la Av. Colonial y de pronto veo que mi indicador de combustible se enciende. Caballero nomás, a echarle gasolina para seguir en la ruta.

Voy a mi grifo de confianza y noto que la señorita encargada estaba distraída tecleando su celular. “Buenas noches: 30 soles de 90, por favor” –pronuncié y apagué el motor, jalando la palanca para abrir la tapa del combustible.

La señorita sí que estaba distraída porque a pesar que tengo voz fuerte no me hizo caso. Insistí y recién me atendió. Yo iba buscando mi billetera para cancelar y no escuché cuando nos hacen ver si el surtidor marcaba en “cero”.

La surtidora de frente me dijo si iba a pagar con efectivo o tarjeta. Le indiqué que tenía efectivo. Me dio mi vuelto, sacó la manguera y cerró la tapa. No me dio mi boleta o voucher. Como noté que se demoraba, arranqué y me fui.

Luego de avanzar seis cuadras noto que no apagaba el indicador de gasolina. Apagué el motor al vuelo y lo volví a encender y nada. Entonces pensé: “Esta señorita distraída NO ME ECHÓ LA GASOLINA”.

Rumiaba mi cólera de solo pensar que S/ 30 se hubieran echado al agua. El indicador seguía encendido. No aguanté más y di la vuelta. Llegó al grifo y le reclamo a la empleada que recordó me había atendido. Se cerró sosteniendo que sí había echado. Yo le expliqué que siempre me surto allí y siempre borra el indicador. Me respondió: “Su carro está fallando, pues, yo qué culpa tengo”.

Esta última frase hizo que se terminara el reclamo, le exigí mi voucher no sin antes decirle que me quejaría al día siguiente por este hecho y que triste que perdiera un cliente de esa forma. Reconozco que me fui muy incómodo del lugar.

El indicador seguía encendido y cuando paso rápido por una giba del riel del ferrocarril, noto que el sacudón hizo borrar el indicador y las rayitas de nivel de combustible empezaron a subir. En ese momento se me cayó la cara de vergüenza. SÍ ME HABÍA ECHADO. ¡Plop!

La conciencia no me dejó tranquilo esta noche. No pude seguir con mi irresponsabilidad y descortesía que al día siguiente fui a pedirle disculpas y como todo caballero le dejé un presente que ninguna mujer rechaza (una cajita de chocolates).

La pedida de disculpas también fue singular: Retorno a echar combustible en la misma estación. La señorita me reconoció a pesar de la mascarilla y me dijo: “¿Usted no es que me reclamó anoche?”. Asentí y le entregué la caja de chocolates. Ella sonrió y me dijo que también estaba preocupada por la denuncia que amenacé presentar. Un toquecito de puño selló el pedido de disculpas y de manera mágica mi conciencia retornó a su estado normal… Sigo en la vía.

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