JUZGUÉ MAL

Esta pandemia ha revelado lo mejor y peor de muchas personas. Aquí una prueba de lo que sostengo.

Viernes 9.00 a.m. Me dirigía a entregar una caja de mediano tamaño a la zona de Jesús María. Mi cliente como conoce mi afición por las frutas me dio, aparte de la encomienda, una bolsa conteniendo mandarinas y plátanos.

Al principio me resistía a aceptar porque no habría necesidad ya que por la entrega del producto le cobro, pero en vista que no entendía negativas, le acepté.

Este día me entregó una bolsa con dos manos de bananos y aproximadamente un kilo de riquísimas mandarinas.

Al llegar a una esquina veo a dos pequeños que iban de la mano de un joven bastante alto con mochila a la espalda. Era evidente que se trataba de una familia pidiendo una ayuda en esa intersección vial.

Lo curioso es que no era el único grupo humano que pedía auxilio económico… diez pasos más allá había una señora muy joven con un muchacho de unos 12 años a su costado haciendo lo mismo.

Por un momento me llené de nostalgia al verlos que portaban mochilas. Pensé: Estos chicos, ¿dónde habrían pasado la noche? Se les notaba bastante descuidados. Era un cuadro muy conmovedor así que ni modo, ese día las frutas ese día no fueron a su destino.

Alcanzo a la joven madre que estaba con el chico de 12 años y muy contentos acudieron a mi señal. Sobreparo y le entrego las dos bolsas. El chofer detrás de mí empezó a tocarme la bocina para que me apure y eso me indignó porque el colega tenía el carril derecho libre para avanzar, pero terco él me seguía tocando el claxon.

No pude resistir, yo soy calmado, pero era tanto el fastidio con su ensordecedor claxon que me detuve, puse freno de mano y salí del auto para increparle el por qué estaba tan desesperado. Tal fue mi sorpresa que el señor me llama y me entrega una caja. Me deshizo toda la furia que tenía contenida y me dijo: ¿Podrías entregarle? y con la mirada me indicó a la familia necesitada.

Yo solo recibí la caja como zombie, él puso primera y se fue raudo por el carril derecho. Se notaba que era una caja de galletas que entregué pasos más atrás al joven padre que llevaba de la mano a los dos pequeños. Hicieron fiesta los chiquitines. La mujer con las frutas también fue a darles alcance. Muy conmovedor todo.

Les confieso, estimados lectores, que me sentí tan mal por mi actitud de juzgar antes de tiempo a aquel colega. Mi conciencia me obligó a detenerme en la pista auxiliar derecha para de lejos ver como disfrutaban los obsequios aquella humilde familia.

Ya recuperado del momento, avancé, me persigné y di gracias a Dios porque aún existan personas como ese amigo chofer que le agradezco desde esta humilde columna… Sigo en la vía.

Suscríbete a nuestra versión digital AQUÍ

Sigue al Diario Extra en sus redes sociales de FacebookTwitter e Instagram.