¡CATAPLÚN!

Antes de manejar auto, conduje moto durante 5 años consecutivos y sé de los riesgos que manejar este vehículo menor implica. Aquí una anécdota reciente que comprueba lo que afirmo.

Viernes (10 a.m.) Todo bien en mi recorrido habitual de entregas vía delivery que algunos clientes me confían. Manejaba por la Av. Faucett, rumbo a La Marina que se mostraba algo congestionada.

Mientras iba coordinando mentalmente mi próxima entrega, por el espejo retrovisor derecho noto que una moto con altoparlantes se acercaba raudamente.

Afino mi vista y cuando pasan cerca noto que iban tres personas a bordo de esta frágil unidad. Dentro de mí pensé: ¡Qué abusivos! ¡Pobre motito! A juzgar por la música, se notaba que eran jóvenes del oriente peruano quienes iban quebrando todas las normas de tránsito para este tipo de unidades: En primer lugar no portaban casco, ninguno de los tres ocupantes.

Segundo, esta moto tan frágil solo está preparada para soportar un máximo de dos pasajeros y no tres, es por ello que se arqueaba al avanzar. Ellos ni se inmutaban e iban eufóricos en su loco recorrido.

La pobre moto se notaba que estaba sobre exigiéndose con tanto peso. Quien llevaba toda la incomodidad era el tercer pasajero que prácticamente estaba sentado sobre la luz de peligro de la moto, exponiéndose a una caída segura porque cada vez que avanzaba el piloto, éste tenía que sujetarse hasta el cuello de quien iba al medio. Llegué a tocarle el claxon para decirles con gestos que no hagan eso y que se van a ganar no solo una multa sino provocar un accidente… fue en vano.

Al llegar al cruce de Faucett con Próceres, noto que la moto llegó a darme el alcance pero ya solo había dos pasajeros. ¿Juats? Ambos iban de lo más campantes dada la música altísima con que iban acompañando su arriesgado viaje.

Cuando de pronto da la luz roja y obligatoriamente paran. Volteo y veo que llega cojeando el tercer ocupante frotándose adolorido la zona donde termina la espalda. En efecto, mi estimado lector, el tercero cayó de la moto, pero aquel momento no lo vi. Esto, como es de suponer, causó la desternillante risa de los dos pasajeros que aún. El afectado mandó al diablo este arriesgado periplo.

Se despidió enojado y se fue rengueando a tomar su microbús. Cambió la luz y nuevamente aquellos jóvenes infractores siguieron su camino sin importarles lo sucedido Esta vez el accidente fue leve y terminó en una anécdota jocosa para ellos.

Ojalá que más adelante su gracia no le pase una fatal factura porque las pistas justamente se llenan de dolor por imprudencias que escapan de las manos. La juventud no es sinónimo de inmortalidad…. Sigo en la vía.

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