“POR HACER EL BIEN, ME HICE UN MAL”

“POR HACER EL BIEN, ME HICE UN MAL”

En esta ocasión quiero narrarles una experiencia de un amigo taxista. El buen Alberto nos comparte su peculiar historia.

Jueves (10.00 a.m.) Alberto es un taxista que acostumbra comentar muy a su estilo socarrón y dicharachero que deseaba colocar una repisa en el cuarto de su hija, aprovechando que ella se encontraba de viaje por la Ciudad Imperial. Para tal efecto convocó a mi hermano César quien aceptó el reto.

Abordaron su station vagon y fueron a recoger los materiales para la instalación de la nueva repisa. Todo bien hasta que se encontraron en medio de la pista con un camión de reparto de gaseosas. Según narra mi hermano, que él calculó desde su posición que no iba a pasar el auto de Alberto por ese estrecho espacio, sin embargo, él tomó la intrépida decisión de avanzar y pasar.

Bajó el ayudante del camión de gaseosas y le indicó con gestos que pasara. Incluso se atrevió a indicarle con movimiento de brazos induciéndole a que avance rápido. Mi angustiado hermano seguía diciéndole que mejor de la vuelta y que no pase porque se iba a dar un buen raspón.

Fiel a su osado estilo, Alberto aceleró para pasar. Todo bien hasta que se llegó a escuchar un estruendo metálico. En efecto, mi hermano César tuvo razón. No pasó y lo que se originó es un estallido de la luna posterior y arañón en parte de la carrocería del pobre station wagon.

Lo único que atinó el terco Alberto fue cogerse la cabeza y decir: “Dios mio, qué hice”. Tardío arrepentimiento porque el daño ya estaba hecho.

Llegaron a su casa para colocar la repisa y Alberto decidió llamar a su hija para indicarle lo que iba a realizar y ¡Zas! recibió una respuesta negativa: “No, papito, no coloques nada porque no quiero agujeros en mi nueva pared”. ¡Plop! ¡Replop! y más plops.

Mi hermano y Alberto se miraron atónitos y este último dijo: “O sea que por las puras alverjas dañé mi carro y me apuré y todo… por hacer un bien, me hice un mal”.

César, consoló al buen Alberto con sus clásicas bromas hasta sacarlo de la tristeza del colega taxista. Al pasar de minutos se recuperando la alegría de a pocos y, ni modo, a regresar los materiales a casa, pero esta vez ya caminando porque el pobre station wagon tenía que ser llevado para colocar sus nuevas lunas… Cosas de la vida. A veces ser muy terco nos puede llevar a acometer yerros que salen caro a pesar de la larga experiencia de mi colega… Hasta la próxima, Alberto.

Suscríbete a nuestra versión digital AQUÍ

Sigue al Diario Extra en sus redes sociales de FacebookTwitter e Instagram.