MALDAD Y BONDAD

MALDAD Y BONDAD

Un millón de gracias por los saludos de cumpleaños que aún siguen llegando al mail de este humilde servidor. Tanto cariño me impulsa a seguir con estas anécdotas semanales. Vaya también un reconocimiento especial a Combo Rey por tan suculentos potajes que deleitaron el paladar de este exigente comensal.

Viernes (10 a.m.). Llego a la intersección de la Av. Perú con Dueñas y un inmenso autobús se cruza en diagonal de derecha a izquierda colapsando por completo la pista. De lejos se podía observar que aún faltaban 15 segundos para el cambio a rojo, pero el chofer y cobrador se zurraron en los demás conductores y seguían cruzadotes llamando pasajeros. (¡Qué tal cuajo!).

Desde que noté esa acción no me desprendí de mi claxon y los demás choferes me siguieron en la sinfonía de una silbatina descomunal, pero ni eso inmutó al obeso chofer que no se movió para nada.

Lo peor de todo es que cuando cambió el semáforo a rojo, este irresponsable conductor fue el primero en girar y avanzar sin importarle que habían señores que ya estaban por cruzar la avenida. ¡Patán total! Luego cuando ocurre una desgracia están con caritas de yo no fui. (Cierro anécdota) Vamos con la segunda historia del mismo día. Luego de cumplir mi objetivo de entregar unos recados en un local cerca a la UNI, retorno por la Av. Habich rumbo a Morales Duárez y al ir por la parte posterior de la Municipalidad de San Martín de Porres soy testigo exclusivo de un hecho que me llenó de orgullo.

Un ancianito estaba subiendo por una vereda bastante inclinada (quienes han transitado por esta zona, saben a qué pendiente me refiero). Esta subidita es doble vía y como había tráfico tuve que detenerme obligatoriamente a ver la escena. Estaban por subir una pareja de jóvenes venezolanos (a juzgar por el acento) por aquella pendiente empujando un triciclo vacío. Cuando se percatan del esfuerzo que hacía el veterano barbado le dijeron en voz fuerte: ¿Te subimos, papi? Me imagino que el anciano habría dicho que sí (bajo la mascarilla), porque en un triz, le quitaron el bastón al abuelito y lo cargaron para colocarlo sobre el triciclo. Era una delicia ver como aplaudía el viejito, luego se sujetó y los jóvenes tomaron fuerza para gritar: ¡ALLÁ VAAAAAMOS, PAPIIII! y subieron –con bastante esfuerzo- pero lo lograron. Por el espejo retrovisor vi que en una vez arriba bajaron al anciano y le dieron un beso en la frente. Ese día me fui a casa pensando en lo variopinto del trato de gente. Unos majaderos y abusivos y otros sencillos, humildes y solidarios… Sigo en la vía.

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