JUVENTUD INFINITA

JUVENTUD INFINITA

Luego de dos semanas de descanso retorno a las vías de Lima junto a mi “Negrito” para narrarles las experiencias que un taxista vive en la urbe capitalina. Espero me hayan extrañado.

Viernes 17 (11.00 a.m.) Siempre he considerado que gran parte del éxito laborar es ser todo terreno. Aquí tengo que agradecer las enseñanzas de un maestro japonés, Tomoshi Zumida Mu- nemaza, quien inspiró en este pechito una conducta laboral que hasta ahora lo conservo

En ese sentido siempre digo SÍ a cualquier trabajo de transporte que se me presente al frente. Esta vez me contrataron para llevar menajes para un almuerzo de camaradería. Pactamos la hora y todo transcurrió dentro de lo fijado. Era un grupo de señores y señoras de la tercera edad que tienen por costumbre hacer sus reuniones mensuales para mantener esa estre- cha armonía, de paso que celebran los cumpleaños de los integrantes

Mi labor solo era dejar colocadas las sillas e implementos para que el evento se desarrolle según lo contratado, felizmente mi “Negrito” respondió a las expectativas y cumplí con el objetivo. Cuando ya estaba punto de culminar mi servicio llegaron los invitados y me faltaba aún instalar el equipo de sonido… Me encontraron trepado sobre una banca para dejar ese evento a punto musical. Como tenía que probar el sonido, mi alma de DJ se hizo presente y empecé a colocar música bailable mientras llegaba el último de los invitados… allí empezó la cosa…

No sé si alguna vez les comenté que en diversas ocasiones he oficiado de maestro de ceremonias y como la organizadora de este almuerzo me tomó aprecio, con su permiso dirigí unas emotivas palabras felicitándolos por esa alma juvenil que conservan. Este grupo era muy bromista y era un placer conversar con ellos. Hasta una paisana de mi terruño encontré y fue motivo para deleitarme de una entretenida conversación.

Siempre despiertos, siempre aplaudiendo y pronunciando pala- bras positivas… bailarinas a más no poder. Me sentí tan contento con ellos que los minutos pasaron volando. En esos momentos empezaron a servir el almuerzo y también oficié de mozo para quedarme un ratito más. Seguían las bromas y los vítores por la cumpleañera y yo poniendo la música de aquellas épo- cas doradas de la juventud setentera.

Sudé la gota gorda pero estaba muy feliz. Llegó el momento de despedirme de esta hermoso grupo de doce encantadores adultos no sin antes fijar la próxima reunión para seguir deleitándonos de una buena conversa y ánimo juvenil.

Mis “chibolas” y “chibolos” dejaron un sello imborrable en este humilde servidor automotriz que a veces se siente viejito, pero al ver a este grupo tan jovial realmente me inyectó combustible anímico de alto octanaje para seguir labrando el futuro con fe en que las cosas buenas vendrán. Gracias Club del Adulto Mayor del Callao, gracias por ese espíritu, espero verlos pronto… Sigo en la vía.

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